Algo rebota la luz del sol. Mediodía de una semana del mes de mayo. Los días para mi no dicen nada, es un momento sin esa fragmentación del tiempo tan común en los almanaques. Meo arriba del brillo al que veo borroso. El chorro amarillo y caliente humea en columna hacia el sol, tranquilo, frente a un frío cada vez más activo.
Observo con más atención, tratando de hacer foco con las lentes empañadas y descubro que hay un espejo. Más bien, un pedazo. Ahí tirado junto a los escombros del patio corrobora una cierta insignificancia. Por fin se acaba la descarga, con alivio descubro los riñones y la vejiga. Me encuentro poseedor de unos órganos bastante poco escuchados. El hígado grita junto al estomago dos canciones de tonalidad diferentes: el primero le canta a un pasado que dejo huella muy adentro hasta ahora, y el segundo entona mas cerca del presente cenit diurno pero con algunas alusiones al pasado inmediato. A quien callar primero, pienso, en vez de acompañar ese canto con algún instrumento afín. Autoritario, necesito del silencio orgánico sin esperar demasiado.
Camino lento hacia el calor del interior que me llama. Pienso en “mujer amante” Rata Blanca, primer verso, de la primera estrofa y justo abro la puerta. La sintonía perfecta. Sigo la melodía de los 25º grados que hay adentro: un contrapunto con los 5º grados de afuera, fuga nocturna en sol menor, alegro ma non tropo… después me senté y no me levante más.
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